Por: Andrés Cuevas

Para hablar sobre el glamour del cineasta, lo mejor es entrar primero en el contexto. Una característica común del ser humano es tener ideas preconcebidas sobre la gente; por ejemplo, si hablamos de rockeros, automáticamente nos imaginamos a un tipo mechudo con tatuajes, existencialista y con inclinación a las drogas. Si hablamos de médicos, en seguida pensamos en alguien de poco pelo, muy serio en su forma de vestir y de personalidad cuadriculada. Estas ideas preconcebidas se vuelven “contradictorias” cuando en Colombia nos referimos al termino “cineasta”.

Si le preguntas a alguien ¿cómo es un cineasta?, ¿cómo es su vida? Automáticamente, ese fulano te dirá que es alguien de pelo cano y barba, creativo; con mucho dinero y con acceso a las mujeres más bellas. Seguramente te dirá que es alguien que se la pasa viajando, rodando películas, asistiendo a festivales, recibiendo premios, le toman muchas fotos y de vez en cuando se le ve caminar por alfombras rojas, muy bien vestido, en el canal E Entertainment… ¿Pero es realmente así la vida de un cineasta?

Miremos el contexto colombiano. Los directores tradicionales y más exitosos estrenaron su última película hace cuatro o cinco años, ¿será que llevan todo este tiempo filmando su siguiente película? Seguramente no. ¿Será que se la han pasado viajando gracias a las ganancias de sus películas? Habrá que preguntarles. ¿Será que aún no se les ha ocurrido una nueva buena idea y es por eso que no filman? Lo dudo. ¿Cuándo fue la última vez que vimos a estos directores en la sección de farándula del noticiero? Ni idea; lo que indica que hace rato no van a festivales, ni tan poco ganan premios, entonces… ¿Dónde están nuestros más famosos directores? Seguramente buscando plata, es decir, financiación para su nuevo proyecto.

Hace unos días se realizaron en Bogota dos festivales de cine. Al asistir uno espera encontrar, en sus eventos sociales, premiaciones y fiestas, cineastas e invitados muy elegantes, muy fashion, gente bonita y mucho despliegue de lobby y buenos modales; sin embargo, a pesar de contadas excepciones, uno se encuentra con todo lo contrario. La mala facha de los asistentes, la mayoría desconocidos, se apodera de los eventos, se ven tan mal presentados, que uno se preocupa por su bolsillo. De esto, lo realmente grave, es que uno no puede evitar pensar: ¿Todos estos serán cineastas Colombianos? ¿Qué pensará un posible inversionista cuando vea estas fachas?

Cuando se mira de lejos el cine internacional, es fácil percibir la estrategia con que se maneja la imagen del cineasta. Esa idea preconcebida de lo que es un realizador cinematográfico la ha creado Hollywood, y con seguridad le ayuda a los cineastas norteamericanos a financiar sus siguientes proyectos, pues plata llama plata, como bien lo dice el dicho. Vale la pena preguntarnos, ¿Será que si los cineastas colombianos aparentaran glamour, podrían hacer una película cada dos años o tres, y no cada seis, ocho o hasta cada diez años?

Entonces, ¿cómo es un cineasta colombiano? En el mejor de los casos, tendríamos que decir, que es un soñador, sin dinero, vestido normalito, que pasa los 365 días del año escribiendo guiones en un escritorio, buscando financiación, aplicando a convocatorias, imaginando como será el día que pueda alquilar una cámara y luchando para no dejar su ánimo caer por la falta de oportunidades e inversión.

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